Entramos con Jesús en Jerusalén. Entramos en la Pascua, con el relato de la Pasión. Un relato que habla de nosotros: de nuestros miedos y abandonos, de nuestras debilidades y cansancios, de nuestras acusaciones y juicios, de la vida que se nos cruza y pide echar una mano. Y, sobre todo, habla de Él, que carga el peso de la cruz, de todas las cruces, para salvarnos.
Somos invitados a hacer silencio, a contemplar a Cristo, a dejarnos interpelar por Él.
"No os pido ahora que penséis en El, ni que saquéis muchos
conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro
entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los
ojos del alma -aunque sea de presto, si no podéis más- a este Señor? (...)
Mirad que no está aguardando otra cosa, como dice a la esposa, sino que le
miremos; como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que le volvamos a
mirar, que no quedará por diligencia suya. (...) miradle camino del Huerto; ¡qué aflicción tan grande
llevaba en su alma! Pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queja de
ella. O miradle atado a la
Columna , lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos
por lo mucho que os ama “·
(Teresa
de Jesús, Camino de perfección, 26)
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