Juan escribe su
Evangelio para comunidades que sufrían la condena y hostilidad de las sinagogas
judías (más expandidas y desarrolladas que el cristianismo en Asia Menor, en
aquel final del siglo I). Cuando habla de “los judíos”, en esa expresión reúne
a los adversarios que persiguieron primero a Jesús y luego a sus comunidades.
Jesús no cuadraba
con el esquema que tenían muchos doctores de la Ley y judíos. Muchos prefirieron sus esquemas en vez de
acoger a Jesús, ciegos a los signos de vida que Él hace.
Jesús nos invita
a probar su palabra: “Si alguno
quiere cumplir la voluntad del que me ha enviado, verá si mi doctrina es de
Dios o hablo yo por mi cuenta” (Jn 7, 17) Jesús nos da a conocer la Verdad
de Dios, y esta verdad se verifica en la vida: sana, libera, infunde paz y
valor, hace brotar la alegría, construye relaciones de amor.
“Se me dio a entender una verdad, que es cumplimiento de todas las
verdades; no sé yo decir cómo. Dijéronme, (…) ”todo el daño que viene al mundo
es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad; no faltará una tilde
de ella. (…) Quedóme muy gran gana de no hablar sino cosas muy verdaderas, que
vayan adelante de lo que acá se trata en el mundo (…)
Esta Verdad que digo se me dio a
entender, es en sí misma Verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás
verdades dependen de esta Verdad, como todos los demás amores de este amor, y
todas las demás grandezas de esta grandeza; aunque esto va dicho oscuro para la
claridad con que a mí el Señor quiso se me diese a entender”.
Teresa de
Jesús, Vida, 40, 1-5
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