miércoles, 25 de marzo de 2020

"Dios está con nosotros" (Lc 1, 26-38. Is. 8,10))



San Juan de la Cruz dedica su poema más extenso a la Encarnación del Hijo de Dios. Ante la pregunta de por qué Dios se hace hombre, responde así:

En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería.

En momentos de crisis, que nos enfrentan a nuestra debilidad y pobreza, recordemos que Dios está enamorado de nuestra humanidad, y somos preciosos para Él. Recordemos que por ese amor, Él ha venido a compartir nuestra condición, con cuanto tiene de hermoso y alegre, y también con todo lo que tiene de doloroso y difícil (“Él cargó con nuestras dolencias y soportó nuestros sufrimientos” Is 53, 4). Así, cuando nos alcance el dolor o la dificultad, podremos descubrirlo a nuestro lado, pues para esto se ha hecho semejante a nosotros: para ser compañero de camino, para compartir nuestros padecimientos, nuestras preocupaciones.

Y para compartir con nosotros su Vida, la de Dios. Vida que ha vencido a la muerte y abre caminos nuevos (Él, que abrió caminos en el mar y en el desierto, es capaz de abrir camino en medio de cualquier situación). Y su Paz, que nos fortalece en medio de cualquier lucha. Y una alegría profunda, que es fuente de serenidad y energía.

Hoy somos invitados a decir, con María, “Hágase en mí”, y buscar esa voluntad que Dios tiene para cada uno, esa puerta que nos pide abrir, y ese camino que nos invita a recorrer.



1 comentario:

  1. Indico un relato Elma Bonasa Alzuria
    Ayer a las 12:26
    REFLEXIÓN
    Y los días pasan. Y seguimos luchando contra ese virus que a tantas familias está destrozando.
    Estoy cansada. Cansada de oír hablar de una curva que debemos doblegar, cuando esa curva no es tal, son personas. Cifras de contagiados, de portadores, y lo peor, de fallecidos. Detrás de cada una de esas cifras hay una persona, una familia, una vida. Una vida que vale lo mismo que cualquier otra, independientemente del color de tu partido, de tus ceros en la cuenta del banco y de tus proyectos de vida. Ese virus no distingue nada ni a nadie, aunque parece querer cebarse con nuestros mayores, con nuestras raíces, con nuestros origenes, con aquellos que nos dieron la vida y que si tuvieran opción de elegir, elegirían darla antes de que se llevase cualquiera de las nuestras. Nuestros mayores, esos que sólo oyen noticias de muertes en su rango de edad y que cuando llegan al hospital y les miras a los ojos detrás de gafas, mascarilla y pantalla, descubres su miedo, su temor. Y aún con ese temor son capaces de sonreír y decirte GRACIAS.

    Ayer una señora de 75 años, ingresada por algo diferente al Covid, algo grave, me miro a los ojos, me dio la mano y aún sabiendo que no era positiva me dijo: “estoy preparada para irme”. Creo que pensó que el hecho de venir al Hospital implicaba morir, que había aguantado en casa con muchos síntomas porque se estaba preparando para ello. Me costó que entendiera que no todo el mundo de su edad moría por Covid aunque ella no lo tuviera. ¡Cuánto habrá sufrido en casa con tantos pensamientos de muerte!. Esos son nuestros mayores, esa bondad infinita. No son cifras, son personas, grandes, muy grandes. Su mayor preocupacion no era si iba a sufrir o no, era que su familia no sufriera. Esos son nuestros mayores, los que toda su vida han trabajado para que nuestro futuro sea lo digno que no fue el suyo. Ellos son los que están muriendo solos, con miedo y dolor que solo una mano conocida podría calmar. No son cifras, son personas.
    Estoy descubriendo, bueno, redescubriendo, lo fugaz de la vida. Siempre he sido muy consciente de ello, quizá por tanto dolor que veo en mi trabajo al que me niego a hacerme inmune y por tanta visitas inesperadas de la muerte en cualquier tipo de persona y de edad. Por ello quiero disfrutar cada minuto y cada momento con los que quiero y abandonar todo aquello que no me aporta nada. Quiero momentos con personas que hacen que cada minuto de mi vida cuente. Porque ahora estoy aquí pero nadie me asegura el mañana. Nadie nos asegura un futuro.

    Cuando todo pase y podamos abrazarnos deberíamos cambiar y si el destino quiere que nuestros mayores sigan en nuestras vidas, abracémoslos como si fuera el último abrazo, hablemos con ellos como si nunca lo hubiéramos hecho, tengamos paciencia con ellos aunque por enésima vez nos cuenten la misma historia, digámosles cuánto los queremos y sobre todo pensemos que ellos lo dieron todo y darían su vida por nosotros, sin dudarlo.

    Ojalá Ana, mi paciente de ayer, viva; y su familia pueda abrazarle y ella disipe su temor y su miedo con esa compañía que tanto anhelaba ayer. Gracias, por recordarme sin quererlo, que el amor incondicional es la base de todo lo bueno que tiene la vida.

    Por ti Ana, por los míos y por todos nuestros mayores. Por ellos seguiremos luchando e intentando humanizar la enfermedad, la Covid y no Covid.

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