Comenzamos un nuevo año litúrgico, con el tiempo de
Adviento. El evangelio de hoy conecta con el de hace 15 días, que también hablaba
del fin de los tiempos… Este recomienzo del ciclo litúrgico no transmite un “eterno
retorno”. Al contrario, nos pregunta sobre cómo avanza nuestra vida, a través
de los años y de las épocas que atravesamos. Como dice Pablo, “la salvación está más cerca de nosotros que
cuando abrazamos la fe” (Rom 13,11).
S. Pablo nos interpela: “Comportaos
reconociendo el momento en que vivís”: ¿cómo vivimos la esperanza, en este
tiempo?
Tal vez, nos sentimos saturados de noticias y mensajes que
llevan a la decepción, al tedio (los medios de comunicación silencian otras
voces, que hablan de iniciativas de cambio, y de situaciones dramáticas que
piden respuesta). Tal vez, también, el ritmo cotidiano de tareas, distracciones
y ruidos nos aturde (ya hace semanas que ha comenzado otra preparación de la
Navidad, desde el consumo: luces, compras…)
El evangelio nos llama a “estar en vela”. Porque la vida, que parece discurrir indefinidamente
(“la gente comía y bebía, se casaban…),
tiene un término. Y un sentido. Y, además está jalonada de momentos que nos exigen
“estar preparados”. De situaciones (quizás
ya tenemos alguna experiencia de ello) que llegan inesperadamente (“como un ladrón en la noche”) y “abren un boquete” en nuestras vidas; de
momentos que piden una respuesta que no se improvisa.
El Adviento nos llama a estar
en vela, a prepararnos: para celebrar la venida del Hijo de Dios a nuestro
mundo (hace 2025 años); para la última venida del Señor (al término de nuestra
vida, y al de nuestro mundo); para acoger a Dios que sigue viniendo a nosotros,
a veces de forma misteriosa, a Dios que viene en la noche.
Él no llega para
robar (las parábolas de Jesús tienen mucho de paradojas), sino para traer vida,
para hacer posible caminos de alegría, de justicia y de paz. Isaías nos dice
que “El nos instruirá en sus caminos”.
Sus palabras no son una simple poesía utópica, sino anuncio de algo que podemos
ir construyendo, a una escala limitada, que va haciendo sitio, en nuestra vida,
a la Vida Nueva, ilimitada, de Dios.
“Caminemos a la luz
del Señor”. “Revestíos del Señor
Jesús”. ¿Qué puede significar esto, para mí, hoy?

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