Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía: la manifestación
del Hijo de Dios, nacido en Belén, a todos los pueblos, representados en esos
magos de Oriente. La carta a los Efesios subraya este aspecto: el regalo que
Dios nos ha hecho, su Hijo, es para todos los pueblos.
De una forma especial, para todos los que buscan. Mateo
contrasta la imagen de los sacerdotes y
escribas del país (los sabios
oficiales), que saben decir dónde ha de nacer el Mesías, pero no lo encuentran,
porque no se mueven de su lugar (y se han sometido a un rey falso), con los
magos: son unos personajes doblemente sospechosos para la tradición judía (por
extranjeros, y porque la Ley judía condena la magia y a los que la practican
Levítico, 19,26 y 20,27). Pero ellos sí se encuentran con el Mesías, porque han
visto salir su estrella, han sido capaces
de ponerse en camino y de buscar por todos los medios (su sabiduría de
astrónomos-astrólogos, pero también el preguntar) y lo hacen con actitud de
adoración. Adoración que se expresa en los regalos que le ofrecen. Frutos de
ese encuentro son la alegría (inmensa) y una transformación que se atisba en
ese volver “a su tierra por otro camino”.
En esta penúltima fiesta de la Navidad (la última es el
Bautismo), se nos invita a adorar a Jesús, el regalo que el Padre nos hace,
reconocer su generosidad para vivirla. Y pedir al Señor la gracia de reconocer
sus signos, ver salir su estrella en nuestra vida; la gracia de ponernos en
camino, para encontrarnos, cada vez más profundamente, con Él.
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)
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