domingo, 10 de noviembre de 2024

"Ha echado todo lo que tenía" (Mc 12, 38-44)

 

Cuando el profeta Elías, perseguido, marchó a territorio extranjero, una viuda pobre le dio cobijo. Aquella mujer estaba en situación límite por la hambruna que causaron tres años de sequía. Y se fió de Dios, haciendo, con su último puñado de harina, un panecillo para el profeta.

Esa confianza y entrega brilla en la viuda del Evangelio de hoy. Jesús ve lo que significa la ofrenda de esta mujer pobre (aunque sea para un culto que él ha criticado, y precisamente por enriquecerse a costa de las viudas). Ve la confianza en Dios y la generosidad de su corazón. Y nos llama a observarlo.

El evangelio nos sitúa así ante una opción:

- utilizar la religión para el propio “provecho” (si es que verdaderamente es un provecho la ostentación, el situarse por encima de otros, o, en el caso de los eclesiásticos, el enriquecimiento económico).

- O vivirla auténticamente, desde la entrega y la confianza en Dios.

Una opción que hemos de renovar a diario, porque es frecuente y sutil la tentación de sacar alguna “ventaja” (sobre todo, en línea de soberbia), apartándonos de la sencillez y entrega confiada en amor a Dios y al prójimo.

La Eucaristía, en el ofertorio, nos invita a poner en manos de Dios, junto con el pan y el vino, cuanto somos y tenemos. La Plegaria Eucarística III pide a Dios que el Espíritu Santo “nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad, junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires…”  


 “Cuando un alma comienza (por no alborotarla, de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande), Dios no se da a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco, conforme a lo que más necesita para lo que ha de poner en ella. Por esto digo que trae consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio todo. El punto está en que se le demos por suyo con toda determinación, y se lo despejemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia. Y tiene razón su Majestad; no se lo neguemos. Y como él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo”.
               Teresa de Jesús, Camino de Perfección,  28,12



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