domingo, 16 de octubre de 2022

"Orar siempre, sin desfallecer" (Lc 18, 1-8)


Por tercer domingo consecutivo, Jesús habla de la fe. Esta vez, la relaciona con la oración. La parábola que cuenta, es fácil de trasladar a nuestro tiempo. Las viudas (y los huérfanos), en Israel, eran el prototipo de la persona indefensa. Frente a ella, un juez injusto, que tiene el poder pero ha perdido el sentido de su potestad, que era la justicia. Podemos ahí ver la historia de tantas personas que sufren ante los sinsentidos los abusos y las injusticias de nuestro mundo, que parecen invencibles. 

Y, sin embargo, la tenacidad de aquella viuda consigue lo que necesitaba. También, en nuestro mundo, conocemos historias así, que manifiestan que la esperanza tiene sentido, 

Jesús llama, precisamente, a la confianza. Aun en contextos de dificultad y de injusticia, hay que cultivar la esperanza, porque Dios hará justicia (que, en lenguaje bíblico significa: dará salvación). "Sin tardar", añade. 

Es necesario tener fe. Una fe que, en estos domingos, va desvelando diferentes facetas: relación personal con Dios; sencillez y humildad, capacidad de arraigar en la vida y crecer; conversión, gratitud, toma de conciencia de lo que Dios hace en la vida; y ahora, oración "día y noche" (cfr. Salmo 1,2): vivir en diálogo con Dios. Un diálogo que, de alguna manera, "abre" a Dios la puerta de nuestra vida y de nuestro mundo, para que Él actúe. Y que, a nosotros, nos abre los ojos, el corazón, para ver el camino que Él nos ofrece, y seguirlo. 

Una muestra de lo que esto significa, la encontramos en la comunidad cristiana que Lucas tenía ante sí, cuando escribía el Evangelio: una comunidad que vive en la dificultad y la persecución. Y también en el desconcierto, porque inicialmente pensaban que el Reino de Dios, el retorno glorioso de Cristo, era algo inminente (1 Ts 4, 15-17, por ejemplo, muestra esta expectativa), pero ya estaban constatando que ese retorno glorioso no llegaba. Ese tema está también, de fondo, en este pasaje. El capítulo anterior termina con una colección de distintos dichos de Jesús sobre la venida del Reino de Dios, y a ella alude el final de este pasaje. Entre esos dichos, podemos entresacar éste, que apunta cómo empiezan a comprender, de una manera nueva, esa cercanía del Reino: "le preguntaron cuándo iba a llegar el reino de Dios y él les respondió: La llegada del reino de Dios no está sujeta a cálculos; ni dirán: míralo aquí, míralo allí. Pues está en medio de vosotros" (Lc 17, 20-21).
Es decir: la fe, para aquella comunidad, no fue una convicción inamovible que consiguiera exactamente lo que esperaba. La fe, alimentada por la oración, fue, mas bien, una confianza y una capacidad de escucha, que, paso a paso, abrió su corazón y su mente para ir comprendiendo (y sobre todo, siguiendo) el camino que Dios les estaba trazando (y que era distinto de su mentalidad). Y así, cambió su realidad. Y la del mundo. 

Para los que les guste el cine, parte del mensaje de este Evangelio se puede ver desde una película: "Cadena perpetua" ("The Shawshank Redemption", de 1994), donde un hombre "sin salida" (condenado injustamente en, en una prisión gobernada de forma corrupta, sometido a abusos...) consigue finalmente la libertad, porque no pierde la esperanza. La oración podría ser comparada al pequeño martillo con el que él se abre paso, a lo largo de noches y de metros de piedra, para salir. Aunque, más propiamente, sería algo anterior, interior: la fuente de la esperanza, la determinación y el ingenio con que abre, de diferentes maneras, soluciones.

Y otra perspectiva para leer este pasaje del Evangelio: Jesús no escoge al azar esta imagen de una viuda indefensa ante un poder corrompido y ejercido sin sentido, opuesto a lo que es Dios. Esa realidad está aconteciendo ante nosotros, de muchas formas. ¿Cómo nos situamos ante ellas? En ello, también, nos jugamos nuestra cercanía o lejanía a Dios, la capacidad de ir descubriendo sus caminos, la autenticidad de nuestra oración, y de nuestra fe. 

 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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