Y su palabra es verdad. En el diálogo de Jesús con Pilato, aparece, en primer lugar, que el reino de Jesús es diferente de los reinos de este mundo: es un reino desarmado, cuyo rey se entrega por nosotros. Después se afirma su realeza, de nuevo con carácter de servicio: para Jesús, reinar es dar testimonio de la verdad. Esta realeza, además, se abre a todo el que quiera vivir en la verdad.
La fiesta de hoy, por un lado, nos llama a una visión esperanzada, serena, sobre la historia y nuestras vidas: más allá de los vaivenes del mundo, a veces incomprensibles o desconcertantes, la última palabra la tiene Él, y es una palabra de misericordia, el amor que Él ha manifestado con sus palabras y gestos, y con la entrega de su vida.
Por otro lado, nos llama a centrar nuestro corazón en Él, y a buscar la verdad: "todo el que es de la verdad escucha mi voz". A situarnos ante Él dispuestos a descubrir y asumir la realidad de nuestra vida (sin apariencias, sin autoengaños, sin excusas). Así podremos descubrir que la verdad nos hace libres (Jn 8, 32), porque el señorío de Jesús se manifiesta en la libertad que transmite, la de los hijos de Dios.
"El gran bien que me
parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es: ya no tener cuenta
con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que
se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que
les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y
no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa
sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos
acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le
amaríamos de lo que le amamos si le conociésemos".
Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 30, 5
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