jueves, 24 de diciembre de 2020

"Y la Palabra se hizo carne" (Jn 1, 1-18)


Los Evangelios y lecturas de Navidad están llenos de contrastes que nos invitan a meditar: nos hablan de Luz, de gloria, de salvación. Y todo eso se hace presente en la noche (precisamente, celebramos la Navidad en la noche más larga y fría del año), en la precariedad de un establo, en la intemperie, en la fragilidad. Dios se nos comunica, se nos da. Su Palabra es Él mismo, el Hijo eterno del Padre, que asume la debilidad de nuestra carne.

El mundo intenta domesticar esta fiesta, revistiéndola de luces, adornos, fastos... convirtiéndola en una especie de tópico y de cuento para niños. El Evangelio nos invita a contemplar: a mirar con un corazón abierto, a asumir la fragilidad de nuestra existencia, a hacernos sencillos como los pastores que viven a la intemperie, para descubrir la señal del Dios salvador en algo tan humilde como un niño envuelto en pañales (como todos los niños) y acostado en un pesebre, porque no ha habido otra cuna para él. Dios viene a nosotros en medio de la incertidumbre, y asume nuestra realidad, con cuanto tiene de pobre y cuanto tiene de hermoso. Por eso nuestra vida tiene un nuevo horizonte, el del amor misericordioso, desde el que se nos invita a valorar y vivir todo lo humano. Dios viene a nosotros. Y lo hace para compartir con nosotros su vida: "a cuantos la recibieron y creyeron en ella, les concedió el llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1,12).

Danos el Padre
a su único Hijo;
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.
¡Oh gran regocijo,
Que ya el hombre es Dios!

            (Santa Teresa de Jesús)

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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