- La alegría. Las palabras de Isaías (61, 1-2a. 10-11), S. Pablo (1 Tes 5, 16-24) y de María en el Magníficat, repiten la invitación al gozo, porque el Señor viene a sanar, a liberar, y su obra brota como un jardín sembrado de justicia y hermosura. Una alegría que brota desde dentro, unida a la oración y la acción de gracias, y se apoya en Dios que nos consagra en la paz. El júbilo y la paz son rastro de Dios en el alma. Somos testigos de una buena noticia, que nosotros mismos estamos llamados a descubrir con mayor profundidad.
- La apertura a lo inesperado. La figura de Juan el Bautista (Jn 1, 6-8.19-28) nos presenta una audacia basada en la humildad. Por tres veces, Juan aclara que no es el Mesías esperado por el pueblo (el Mesías, el Profeta, Elías... son tres expresiones de esa esperanza en la tradición judía). Su predicación y su bautismo no se centran en él, sino que remiten a otro más grande: "en medio de vosotros hay uno que no conocéis". Son palabras que nos invitan a abrir el corazón, porque Dios es, precisamente, Aquél que sólo hemos comenzado a conocer. Aquél que nos invita a cultivar la capacidad de acogida y asombro, de ir más allá de nosotros mismos, Aquél que abre horizontes insospechados.
San Juan de la Cruz canta el misterio de la Encarnación, mostrándolo como un desposorio entre Dios y la humanidad:
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había (...)
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.
Y
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.
S. Juan de la Cruz, romance sobre el Evangelio "In principio erat Verbum"
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