Comenzamos un nuevo año litúrgico con el Adviento, tiempo de preparación para una Navidad que, este año, será diferente: despojada de muchos de sus elementos "tradicionales", tal vez la Navidad de este año pueda parecerse a la primera, cuando el Hijo de Dios vino a nosotros en medio de la noche, en la pobreza de una familia a la intemperie.
Y en medio de la noche que vivimos, en medio de este tiempo lleno de incertidumbres, inclinado a la desmotivación y el cansancio, escuchamos la voz de Cristo que nos llama a velar, a estar despiertos. Más aún, nos lo asigna como tarea en un mundo que necesita abrirse al Señor.
Cuando Jesús habla de ese "momento" ("kairós") que no conocemos de antemano, no se refiere a un tiempo meramente cronológico. Hay momentos cruciales: situaciones que llegan sin avisar, o etapas de la vida que tienen una profundidad y una trascendencia que sólo más tarde llegamos a comprender. Es precisa una actitud atenta para abrir nuestra vida a Aquél que puede llegar a nosotros en el momento y en la forma más inesperados. (Ni siquiera se trata de reconocerlo en el momento, sino, como aconteció a los de Emaús, de tener el corazón abierto para compartir, acoger, dejarse acompañar...). Uno de los prefacios de Adviento nos recuerda que Jesucristo, el que nació en Belén hace dos milenios, y el mismo que se manifestará como Señor al final del tiempo, viene a nosotros en cada persona y en cada acontecimiento.
Este Adviento nos llama a preguntarnos por nuestras esperanzas. ¿En qué se apoyan? ¿Qué actitudes sostienen?
Nos llama a ahondar nuestra Esperanza, como actitud de apertura radical a Aquel que viene a nosotros, que acompaña nuestros pasos y abre caminos.
Esperaré a
que crezca
el árbol
y me dé
sombra.
Pero abonaré
la espera
con mis hojas secas.
Esperaré a
que brote
el manantial
y me dé
agua.
Pero
despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.
Esperaré a
que apunte
la aurora
y me
ilumine.
Pero sacudiré
mi noche
de postraciones y sudarios.
Esperaré a
que llegue
lo que no sé
y me
sorprenda.
Pero vaciaré
mi casa
de todo lo enquistado.
Y al abonar el árbol,
despejar el
cauce,
sacudir la
noche
y vaciar la
casa,
la tierra y
el lamento
se abrirán a la esperanza
(Benjamín
González Buelta)
Lecturas de este domingo (www.ciudadredonda.org)
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