domingo, 28 de septiembre de 2025

“Busca la justicia, la piedad, la fe el amor” (1 Tm 6,11; Lc 16, 19-31)

 

16, 13). Hoy, vuelve Jesús con otra reflexión sobre la economía y la fe. Y pone el foco sobre una tentación que, sigilosamente, nos amenaza: la indiferencia ante la necesidad ajena.

El abismo inmenso que en esta parábola separa el infierno del cielo, es el mismo que aislaba de Lázaro a aquel hombre opulento. La distancia física era apenas de unos metros, pero se volvía irrevocable por la inconsciencia de aquel rico sin nombre, en quien puede reflejarse cualquiera que se sienta seguro en sus riquezas, y se encierre en sí mismo.

La parábola es chocante, porque en la mentalidad israelita (y muchas veces, también ahora) la prosperidad económica se consideraba bendición de Dios. La parábola lo pone el infierno, para advertir que una vida como la suya, cerrada inconscientemente en el disfrute de sus riquezas, está vacía, y conduce a la muerte. Además, el Evangelio omite su nombre, a diferencia de nuestro mundo, donde los importantes y conocidos son los ricos, mientras los pobres se vuelven invisibles.

En contraste con él, el nombre de Lázaro (“Dios es mi ayuda”) nos revela que Dios tiene en cuenta a la persona (no las riquezas), y por eso no olvida al que sufre, aunque parezca desvalido. La vida de Jesús revela ese Dios que, “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4), y precisamente por eso, se inclina con predilección sobre los últimos, los que sufren, los necesitados. Y pide de nosotros una actitud abierta a su misericordia. Y misericordiosa.

Hoy nos asedia también esta tentación: la indiferencia ante el dolor de muchos. El de tantas mujeres y hombres empobrecidos en distintos lugares del mundo (cercanos a nosotros por los medios de comunicación actuales), o en barrios vecinos de nuestras ciudades. El de personas que pueden estar “a nuestra puerta”. Una indiferencia hoy tal vez se escuda en el desencanto y la desorientación ante la complejidad del mundo actual, en el que tan difícil parece hacer algo con fruto.

Combate el buen combate de la fe. Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor… ”, nos dice la carta a Timoteo. Nos recuerda que nuestra referencia es Cristo: Él nos ha dado ejemplo; El manifestará al fin la verdad que hoy apenas podemos entrever; Él nos ha dejado el mandamiento del amor, y nos ha dicho que lo que hagamos “con uno de estos, los hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis (Mt 25,40)

 

Cierto día, caminando por la playa reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Al acercarme, me di cuenta de que tomaba de la arena estrellas de mar, y una a una las arrojaba de nuevo al océano.

Intrigado, lo pregunté sobre lo que estaba haciendo, y me respondió: “Estoy lanzando estas estrellas marinas al océano. Como ves, la marea es baja y estas estrellas han quedado en la orilla si no las arrojo al mar morirán aquí en la arena”.

- “Entiendo”, le dije, “Pero hay miles de estrellas de mar sobre la playa. No puedes lanzarlas a todas. Son demasiadas. Además esto sucede en cientos de playas, ¡No tiene sentido!”

 El hombre se inclinó y tomó una estrella marina y mientras la lanzaba de vuelta al mar me respondió: “¡Para ésta si lo tuvo!”



domingo, 21 de septiembre de 2025

“No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 1-13)

 

Resulta chocante, difícil de explicar, esta parábola. ¿Cómo puede Jesús poner como ejemplo a un administrador que falsea las cuentas?

Lo que Jesús alaba no es la corrupción (en otros lugares, como las Bienaventuranzas, pone la justicia como prioridad), sino el ingenio. La parábola viene a ilustrar que “los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”. Lo ejemplar es que ese hombre, en lugar de “servir al dinero”, se sirve de él para salvaguardar lo que para él era más importante (después Jesús aclarará qué es lo importante de verdad).

Puede ser también significativo que ese administrador condone, reduzca deudas. Y que el amo de la parábola, al final, sea llamado "el señor". Más adelante, Jesús hablará del dinero como "lo ajeno": somos administradores de los bienes de la tierra, y el verdadero Señor es el mismo que "levanta al desvalido" (salmo 122) y nos enseña a rezar" perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” (Lc 11,4) 

Hacia ese sentido social apuntan el salmo y la lectura de Amós, que denuncia cómo una conducta que cumple con el sábado y las normas, puede, sin embargo, encubrir una avaricia capaz de “pisotear al pobre”. Jesús, hoy, habla del dinero como “injusto”. Y, de hecho, las estructuras económicas del mundo están contaminadas por dinámicas que llevan a la explotación de muchos y el enriquecimiento abusivo de algunos. Teniendo eso en cuenta, Jesús llama a no servir al dinero, sino utilizarlo para “ganar amigos”, que en su modo de hablar, significa favorecer a los necesitados y los empobrecidos (Lc 14, 13-14: “invita a los pobres, a los lisiados…”). ¿Cómo podemos poner la economía al servicio de las personas, y no del dinero?

Curiosamente, esta parábola tan difícil de explicar con argumentos, es fácil de ilustrar con personas concretas. Como Óskar Schindler, aquel empresario “corrupto” que, con argucias, salvó de la muerte a más de mil judíos. A veces las normas no coinciden con el bien, y para salvar a la persona, hay que ir más allá de ellas, con astucia.  

Decir esto podría acercarnos a otra tentación: la de saltarnos fácilmente las leyes para hacer lo que nos parece bien a cada uno. Tal vez, por eso, hoy la carta a Timoteo apunta la importancia de una inserción positiva en la sociedad, orando por toda la humanidad y por los gobernantes, “para que podamos llevar una vida tranquila, con toda piedad y respeto”. Frente a la tentación de posturas extremistas o parciales (también en la búsqueda de la justicia social) llama a alzar “las manos limpias, sin ira ni divisiones”, porque “Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

Sorprende, finalmente, que este evangelio que comenzaba con un administrador que falsea cuentas, termine hablando de fidelidad. Se trata, precisamente, de que seamos fieles, y no dejarnos seducir por otros señores, como el dinero, que parece mucho y parece “nuestro”, pero el Evangelio lo señala como “poco” (de menor importancia) y “ajeno” (no es la clave de nuestra vida, Lc 12,15). Lo que también nos invita a pensar qué es, verdaderamente, “lo nuestro”. Se trata de ser fieles a Dios, el único Señor que nos da vida y nos hace libres. Y poner al servicio de El, de la vida y el amor, lo demás.



sábado, 13 de septiembre de 2025

“Para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 13-17)

 

En nuestra vida se cruzan el sufrimiento, la frustración, la muerte. Son realidades inevitables.

Y la forma de situarnos ante ellas puede ayudarnos a vivir, o puede traer más muerte. Muchas situaciones actuales (la polarización, las manipulaciones…) tienen que ver con la forma como la gente responde al dolor, a la inseguridad, a la frustración…  Detrás de las guerras actuales están el resentimiento, el miedo al otro, y la ambición (un deseo de poder, dinero, prestigio… que ofrecen seguridad frente a la propia fragilidad). En medio de la inestabilidad y las sombras de nuestro mundo, ¿dónde podemos encontrar luz y un punto de apoyo firme? ¿hacia dónde mirar?

Tomando pie de una antigua historia de Israel (un estandarte que curaba a los mordidos por las serpientes), Jesús nos propone una paradoja. A nosotros, “mordidos” y heridos por el dolor y muerte, “envenenados” por miedos, ambiciones, soberbias… nos invita a mirarle a Él: a Cristo crucificado, llevado a la muerte por la violencia e injusticia del mundo.

A Él que, “a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo” (Flp 2, 6-11). Dios se ha hecho hombre, asumiendo nuestra fragilidad (“se hizo semejante en todo a nosotros, menos en el pecado”, Heb 4, 15) ), Él se ha hecho solidario de nuestros sufrimientos (“como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”), y ha cargado con nuestra historia de violencia, injusticia y muerte.

Miramos a Jesucristo, porque Él, que ha cargado con nuestra cruz, ha resucitado y nos ofrece la Vida. Hablamos de la cruz desde el testimonio de mujeres y hombres (María Magdalena, Pablo, Pedro…) transformados por el encuentro con el Resucitado. Ellos han experimentado cómo, misteriosa y admirablemente, Cristo abre caminos de vida. Y nos invitan a hacer también nosotros esa experiencia, para vivir en plenitud. (Plenitud, dentro de lo que cabe en esta vida, y la plenitud de Dios más allá de esta vida).

Por eso, la cruz es para nosotros signo de esperanza. Es signo del amor sin medida de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.” Ese amor es más fuerte que la muerte, y nos ofrece otra forma, otros caminos para afrontar el sufrimiento y la dificultad, cuando aparecen en nuestra vida: la misericordia, el amor, la búsqueda de reconciliación… Los mismos de Jesús.

Al hablar de la cruz, conviene recordar que lo que salva no es el sufrimiento en sí mismo, sino el amor. Un amor que no retrocede ante los sacrificios que implica amar; un amor que está dispuesto a afrontar el sufrimiento cuando es necesario, sin dejar de amar, y que por ello tiene creatividad para abrir siempre caminos de vida.

Y cuando resulta difícil amar, miramos a Jesús y le pedimos, con humildad, que nos enseñe a amar como Él (enraizados en el amor inmenso e incondicional y del Padre). Y a descubrir los caminos que Él va abriendo en nuestra vida. Desde las encrucijadas y dificultades de nuestra vida, y junto a la cruz de tantos que sufren, miramos a Jesús, el Hijo que Dios nos ha regalado “para que el mundo se salve por él”

 «Pues quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes, y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar; porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, ha de sernos todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo. Dénosle su Majestad, pues sabe lo mucho que nos conviene, por el que él nos tuvo y por su glorioso Hijo, a quien tan a su costa nos le mostró. Amén»
      (Teresa de Jesús, Vida 22, 14).

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

domingo, 7 de septiembre de 2025

"Ser discípulo" (Lc 14, 25-33)

 

Un asesor de empresas en gestión del tiempo daba una conferencia.

De pronto, puso sobre la mesa un frasco grande de boca ancha, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:

 - ¿cuantas piedras pueden caber en el frasco?

Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Y preguntó - ¿Ahora esta lleno?

Todo el mundo lo miró y afirmó que sí.

Entonces sacó un cubo con gravilla y comenzó a echarla en el frasco, agitándolo para que se colara entre las piedras grandes.

Sonrió y repitió la pregunta:- ¿Ahora esta lleno?

Esta vez los oyentes dudaron: - Tal vez no. -

Y empezó a echar arena en el frasco, que entraba entre las piedras y la grava.

- ¿Ahora esta lleno? - preguntó de nuevo.

- ¡Tal vez no!..

- ¡Ah, bien!, - dijo, y vertió una jarra de agua en el frasco.

Por último, preguntó: ¿que hemos demostrado?

Un participante respondió: - que no importa lo llena que esté tu agenda. Si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas.

- ¡No! Concluyó el experto , lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero nunca podrás colocarlas después.

 

"¿Pensáis, hermanas, que es poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos partes? Y pues en él están todos los bienes, como digo, alabémosle mucho, hermanas."
Teresa de Jesús. Camino de Perfección 8, 1

 


Jesús llama a tomar conciencia de lo que implica seguirle, con toda radicalidad. Implica ponerle a Él en primer lugar, posponiendo incluso la familia (que aquél tiempo significaba seguridad, arraigo, lugar en la sociedad…). Y estar dispuesto a renunciar a todo, e incluso a asumir el fracaso: la cruz era la condena a muerte más infame, considerada por los judíos como maldición.

Cabe apuntar que Jesús no desprecia la familia. Su mandamiento es el amor. Y en otro lugar recuerda dice.: honra a tu padre y a tu madre (Lc 18, 20). Tampoco llama a buscar el dolor. Sus palabras sobre la cruz no se pueden usar para justificar sufrimientos injustos, o para llamar a una actitud pasiva ante ellos, porque Él ha pasado curando y liberando.

Por otra parte, Jesús es Maestro (y puede enseñar a vivir) esas realidades: ha creado una nueva familia ("mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" Lc 8, 19-21), ha puesto su vida y todo cuanto tenía al servicio del Reino, y va camino de la cruz. 

Sobre todo,  Él mismo, y la Vida Nueva que ofrece, es la razón y la fuerza para esta opción. Frente a la fragilidad de nuestra vida y bienes (que el libro de la Sabiduría constata hoy), Él es nuestro refugio (como rezamos con el Salmo), el que puede saciarnos y hacer que toda nuestra vida sea alegría y júbilo. Quien lo encuentra, "lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra el campo aquél" (Mt 13, 44).

Desde Jesús, todo aquello que se posponía se reencuentra, como el "ciento por uno" (Mc 10, 28-31; Lc 18, 29-30). El amor de Dios no entra en competencia con el amor humano (aunque hay situaciones de conflicto que obligan a optar). Está en otro plano, y ayuda a ordenar, a situar y vivir adecuadamente lo demás. Cuando vamos poniendo la persona y la enseñanza de Jesús en primer lugar, ilumina y orienta todo lo que vivimos, para que todo encuentre su lugar y crezca: el amor a la familia (como amor maduro, que se libera de dependencias, manipulaciones…); la propia vida, liberada de soberbias y egoísmos, que encuentra el camino de la plenitud... 

La carta de Pablo a Filemón muestra un ejemplo de esa vida nueva. Onésimo era un esclavo que huyó de su amo Filemón, y en la cárcel se encontró con Pablo y se convirtió. Pablo escribe a Filemón, y le pide que renuncie a sus derechos legales: que lo reciba no como esclavo (que según la ley merecería castigo) sino como hermano. Se abre una nueva para Onésimo, y también para Filemón. Y se invita, desde el amor fraterno, a abolir la esclavitud.  

Seguimos a Jesús desde todo lo que conforma nuestra vida, y apoyados en Él. También la dificultad. Cuando cargamos con nuestras cruces (dificultades, sufrimientos, fracasos...), no a solas, sino con Él y aprendiendo de Él, también encontramos otra fuerza y ánimo, y podemos abrir nuevos caminos, con Él. Jesús nos invita a seguirle con radicalidad, desde la raíz de cuanto vivimos. Para que nuestra vida cristiana no quede como una casa a medio construir.

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

  “ Auméntanos la fe ”. Hace dos semanas, el Evangelio nos dejaba esa palabra de los discípulos. Hoy, habla de la relación de la fe con la o...