Las tres lecturas de este domingo nos transmiten relatos de
vocación, y (con el Salmo) subrayan varios aspectos de esta experiencia, que es
también la de todo discípulo de Jesús:
- La grandeza de Dios, el Santo, autor de maravillas como la
pesca milagrosa y la Resurrección. Quien se encuentra con Dios, con su gloria y santidad, sus obras, se sobrecoge (eso significan el temor y estupor que estos y otros textos
bíblicos refieren). “Porque la gloria del
Señor es grande” (Salmo 137)
- Ante esa majestad, la conciencia de la propia pequeñez,
indignidad, pecado. Una conciencia, sin embargo, que no “encierra” a la persona
en el miedo o desánimo. Al revés, ensancha el corazón porque es experiencia de
que ese Dios, grande y santo, se inclina sobre nosotros para perdonar, salvar,
purificar. “tu misericordia es eterna”.
- La disponibilidad, llena de confianza y ánimo, que nace de
ese encuentro con Dios: “Aquí estoy.
Mándame”
- Dios llama, pide nuestra colaboración. Y envía a una misión
que da fruto, más allá de nuestras limitaciones porque “no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor 15,10)
El Evangelio recoge estos elementos en un relato que narra la
vocación de Pedro y, a la vez, está hablando de otras experiencias de Pedro y
la comunidad: la noche, y el trabajo infructuoso; la llamada a no desanimarse,
sino a profundizar, confiar y apoyarse en la palabra de Jesús (por tu palabra echaré las redes); la
sobreabundancia de frutos, que va unida a la presencia de Jesús. Como en la pesca milagrosa que cuenta el último
capítulo de San Juan (Jn 21, 1-11), esa sobreabundancia habla de la Vida Nueva
de Jesús resucitado (a la que se refiere también S. Pablo), de la fecundidad
del Espíritu Santo.
“Rema mar adentro”:
el Evangelio de hoy invita a “soltar
amarras”, dejar el “espacio de
confort”, lanzarse a la misión. También (antes, quizás) a adentrarte en tu
corazón, en tu propia experiencia de Dios, en tu propia vocación: cómo has ido
descubriendo “su misericordia y su
lealtad”, cómo “han hecho crecer el
valor en tu alma” y te han hecho embarcarte en su aventura. Para poder
decir, con el Salmo: Te doy gracias,
Señor, de todo corazón.
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