Cuarenta días después de la fiesta de Navidad, recordamos la
Presentación de Jesús en el Templo, como luz, liberación y consuelo para la
humanidad.
Lucas, narrador magistral, cuenta esta escena de la vida de
Jesús y en ella nos habla también del paso del Antiguo al Nuevo Testamento, de
la relación entre ambos.
Así, vemos a Jesús inserto en la tradición judía: María y
José lo llevan al Templo para cumplir “todo
lo que prescribía la ley del Señor”. Pero esta tradición se replanteará con
perspectiva nueva: no vemos a los sacerdotes recibiendo al niño, sino a dos
ancianos, que representan al pueblo fiel, el Israel sencillo que espera en las promesas de Dios. Es Simeón quien
lo toma en brazos, bendice a Dios y a los padres de Jesús. Simeón, un hombre
justo y piadoso, abierto al Espíritu, es capaz de reconocer al Salvador en ese
niño de una familia humilde (“un par de
tórtolas” era la ofrenda de los pobres). Y anuncia, proféticamente, su
misión. Por su parte, Ana ha dedicado toda su vida (tanto casada como viuda) a
servir a Dios, con ayunos y oraciones (su edad son 7 x 12 años… estos números
hablan de la totalidad, y del pueblo de Dios). Es alguien humilde: de la tribu
más pequeña de Israel, y mujer, en una cultura en que las mujeres no tenían
voz. Pero lo pequeño y sencillo (como cantaba el Magníficat) se hace cauce de la
grandeza de Dios: y mientras los sacerdotes de la Ley permanecen mudos y
ciegos, ella es la profetisa que “alababa
a Dios y hablaba del niño a todos…”.
Esto nos habla de cómo el Antiguo Testamento se hace “tierra buena” para la Buena Nueva de Jesús,
y nos da claves para leerlo: la sencillez y la fidelidad, la piedad, la
justicia y la oración, la apertura al Espíritu Santo...
Fidelidad en seguir las enseñanzas, la Ley de Dios, y
sencillez para acoger su iniciativa. En la Presentación de Jesús, el gesto
ritual de presentar (consagrar) al primogénito a Dios, ha dado pie para que sea
Dios mismo quien presente a su Hijo “ante
todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones”. Y para que anuncie su misión, que será
incisiva como espada (así dice la carta a los Hebreos, 4, 12, que es la Palabra
de Dios) y encontrará oposición, nos llamará a tomar opción, poner de
manifiesto nuestras actitudes, y asumir las dificultades que implica ser
fieles, como María.
Como nos dice la carta a los Hebreos, el Hijo de Dios, Jesús,
se ha hecho nuestro hermano y experimentado nuestra debilidad, para tendernos
la mano. Para “liberar a cuantos, por
miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos”. Una palabra que
nos invita a preguntarnos: ¿qué miedos me esclavizan? ¿Cómo acoger la mano que
me tiende Jesús?
En este día celebramos también a la Vida Consagrada, que resalta este aspecto de la Iglesia: todos los bautizados estamos llamados a ser luz, desde Jesús, ante el mundo.
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