sábado, 18 de julio de 2020

"Tu fuerza es el principio de la justicia" (Sab. 12, 16. Mt 13, 24-43)


La historia de algunos discípulos de Jesús ilustra el Evangelio de hoy. Mateo el publicano, Pablo el perseguidor de cristianos... no eran "trigo limpio". Pero Dios los esperó, y les salió al paso, para darles a conocer su justicia, que es gracia capaz de sanar y renovar. 

Frente a la tentación de condenar a otros, el Evangelio de hoy invita a una paciencia que se asienta en la confianza en el poder de Dios para llevar adelante su obra: un poder humilde pero lleno de vitalidad, como la levadura o el grano de mostaza. 

La cizaña y el trigo crecen juntos en el mundo, y en toda realidad humana: también en la Iglesia, y en nuestras comunidades e instituciones. Y en nuestro corazón. Es preciso soportar con paciencia y esperanza las debilidades que encontramos, y luchar contra ellas con paciencia y esperanza, sin impaciencia justiciera. El Reino de Dios no suele avanzar con revoluciones "a sangre y fuego", sino con el trabajo y el amor que saben potenciar el crecimiento de la buena semilla en la sociedad y en las personas. 

En tierra propia, en nuestro propio corazón, es donde más podemos hacer para purificar actitudes, como señala el Evangelio en otros lugares, como Mt 5, 29-30 (donde habla de cortar de raíz malas actitudes), o Mt 7, 3 (de la mota de polvo en el ojo ajeno y la viga en el propio). 



"Pone a otra un celo de la perfección muy grande; esto muy bueno es; mas podría venir de aquí que cualquier faltita de las hermanas le pareciese una gran quiebra y un cuidado de mirar si las hacen y acudir a la priora, y aun a las veces podría ser no ver las suyas por el gran celo que tiene de la religión. (...) Lo que aquí pretende el demonio no es poco: que es enfriar la caridad y el amor de unas con otras, que sería gran daño. Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo y, mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas. (...)  Dejémonos de celos indiscretos que nos pueden hacer mucho daño; cada una se mire a sí"
                           Santa Teresa de Jesús, Las Moradas, I, 2, 16-17


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