sábado, 25 de julio de 2020

El tesoro escondido (Mt 13,44-52)


El Evangelio habla de un descubrimiento: un tesoro escondido. Hay quien lo encuentra de forma inesperada (Mateo, Pablo de Tarso, Ignacio de Loyola...), como el labrador que cava en un campo. Otros (Agustín de Hipona,  Justino...) han llegado a él tras una larga búsqueda, como el comerciante de perlas. Encontrarlo llena de una alegría que da fuerzas para una opción radical: vale la pena entregarlo todo por ese tesoro que da sentido a todo. Un buen comentario a este evangelio es la afirmación de Pablo, que, por el Evangelio, dejó la seguridad de la Ley: "todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo..." (Flp 3, 7-11)

El evangelio subraya la alegría por encima de la renuncia. Y habla de algo escondido.  Como vuelve a decir San Pablo: "No es que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó" (Flp 3, 12).

"Oye una palabra llena de sustancia y verdad inaccesible: es buscarle en fe y en amor, sin querer satisfacerte de cosa, ni gustarla ni entenderla más de lo que debes saber; que esos dos son los mozos del ciego que te guiarán por donde no sabes, allá a lo escondido de Dios (…)

Muy bien haces, ¡oh alma!, en buscarle siempre escondido, porque mucho ensalzas a Dios y mucho te llegas a él teniéndole por más alto y profundo que todo cuanto puedes alcanzar. (…) Bien haces, pues, en todo tiempo, ahora de adversidad, ahora de prosperidad espiritual o temporal, tener a Dios por escondido, y así clamar a él diciendo: ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?"

        (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 1,11-12)






No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Hoy escuchamos una de las palabras de Jesús en la Última Cena. En ese momento de intimidad de Jesús con los discípulos, lleno de intensida...