viernes, 10 de abril de 2020



Hoy la iglesia se ha quedado vacía, desconcertada. Sin sagrario, un altar desnudo y sin sacramentos, una nave sin celebraciones, un púlpito sin palabras. En esta mañana en que Cristo yace en un sepulcro sellado por el silencio, en este extraño día en que los hombres hacen callar la voz de Dios, la iglesia queda muda, y, sin embargo, no cierra. Abre aún sus puertas, en la desnuda sinceridad del pobre que ofrece su hospitalidad. 

Hoy la Iglesia, vacía y callada, se abre a la búsqueda insatisfecha de los hombres, a sus angustias e incertidumbres. Hoy se levanta la Iglesia más pobre de certezas. Y se abre, como una caja de resonancia, al viento que, desde el Gólgota al Sepulcro, entre los desgarros de nuestra humanidad rota, enferma, pobre, clama al cielo y entre las soledades y los silencios, lleva aún una obstinada esperanza: “el amor no puede morir”.

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