Hoy la iglesia se ha quedado vacía,
desconcertada. Sin sagrario, un altar desnudo y sin sacramentos, una nave sin
celebraciones, un púlpito sin palabras. En esta mañana en que Cristo yace en un
sepulcro sellado por el silencio, en este extraño día en que los hombres hacen
callar la voz de Dios, la iglesia queda muda, y, sin embargo, no cierra. Abre
aún sus puertas, en la desnuda sinceridad del pobre que ofrece su hospitalidad.
Hoy la Iglesia ,
vacía y callada, se abre a la búsqueda insatisfecha de los hombres, a sus
angustias e incertidumbres. Hoy se levanta la Iglesia más pobre de
certezas. Y se abre, como una caja de resonancia, al viento que, desde el
Gólgota al Sepulcro, entre los desgarros de nuestra humanidad rota, enferma,
pobre, clama al cielo y entre las soledades y los silencios, lleva aún una
obstinada esperanza: “el amor no puede morir”.
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