La sed es parte de nosotros. No sólo sed de agua. Tenemos sed de seguridad (los temores de
estos días lo evidencian), sed de amor, sed de vida… Y no siempre identificamos
bien nuestra sed. A veces, como aquellos israelitas que denunciaba Jeremías
(Jer 2,13), buscamos en depósitos agrietados, bebemos aguas que no sacian o que
están corrompidas.
Jesús entabla
diálogo. Nos pregunta por nuestra sed. Como a aquella mujer (huraña en el
primer momento), nos interpela para descubrir la sed más profunda de nuestro
corazón. Nos invita a descubrirlo como fuente de agua viva.
Él mismo se muestra
sediento. No era por el agua del pozo: cuando la samaritana deja el cántaro y marcha para transmitir
el mensaje a otros, dice que su alimento es hacer la voluntad del Padre. Jesús
nos revela un Dios que no es autosuficiente. Tiene un gran deseo de
encontrarse con cada persona, de compartir su Vida. Es una Fuente Viva con sed
de darse, de refrescar nuestra vida y llenar nuestro corazón.
Dice también Jesús
que “los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu y verdad” En estos días de
templos cerrados y de no poder participar en las celebraciones, esta palabra
nos sirve de faro. Cuando abrimos a Dios nuestro espíritu, desde la verdad de
nuestra vida, nuestra vida se puede convertir en templo donde su Palabra
resuena y su Presencia da otra dimensión a lo que vivimos.
¡Oh, qué de veces me
acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana !, y así soy
muy aficionada a aquel evangelio. Y es así, cierto, que sin entender como ahora
este bien, desde muy niña lo era y suplicaba muchas veces al Señor me diese
aquel agua, y la tenía dibujada adonde
estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: Domine, da mihi aquam (Jn 4, 15)
Teresa
de Jesús, Vida, 30, 19
Puedes leer las lecturas, y otras reflexiones en https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-domingo
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