domingo, 15 de marzo de 2020

"Dame de esa agua..." (Jn 4, 5-42)



La sed es parte de nosotros. No sólo sed de agua. Tenemos sed de seguridad (los temores de estos días lo evidencian), sed de amor, sed de vida… Y no siempre identificamos bien nuestra sed. A veces, como aquellos israelitas que denunciaba Jeremías (Jer 2,13), buscamos en depósitos agrietados, bebemos aguas que no sacian o que están corrompidas.

Jesús entabla diálogo. Nos pregunta por nuestra sed. Como a aquella mujer (huraña en el primer momento), nos interpela para descubrir la sed más profunda de nuestro corazón. Nos invita a descubrirlo como fuente de agua viva.

Él mismo se muestra sediento. No era por el agua del pozo: cuando la samaritana deja el cántaro y marcha para transmitir el mensaje a otros, dice que su alimento es hacer la voluntad del Padre. Jesús nos revela un Dios que no es autosuficiente. Tiene un gran deseo de encontrarse con cada persona, de compartir su Vida. Es una Fuente Viva con sed de darse, de refrescar nuestra vida y llenar nuestro corazón.

Dice también Jesús que “los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad” En estos días de templos cerrados y de no poder participar en las celebraciones, esta palabra nos sirve de faro. Cuando abrimos a Dios nuestro espíritu, desde la verdad de nuestra vida, nuestra vida se puede convertir en templo donde su Palabra resuena y su Presencia da otra dimensión a lo que vivimos.  


¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel evangelio. Y es así, cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua, y la tenía dibujada   adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: Domine, da mihi aquam (Jn 4, 15
                                 Teresa de Jesús, Vida, 30, 19

Puedes leer las lecturas, y otras reflexiones en https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-domingo

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