"¿Qué tengo que
hacer para heredar la vida eterna?" Ante esa cuestión clave (para cualquiera
de nosotros), Jesús invita una respuesta personal, desde la Palabra de Dios: ¿Cómo
la lees? Porque podemos, por nosotros mismos, comprender lo esencial: "Amarás
al Señor tu Dios..." y "a tu prójimo como a ti mismo".
El doctor de la ley insiste. En su mente legalista, la
pregunta significaría "¿hasta qué grado de cercanía, puedo considerar a
alguien como prójimo?" (¿los de mi familia, mi tribu, mi nación, mi
raza...?). Jesús, entonces, le invita a mirar con una perspectiva diferente, y
le propone una situación vital, la de una persona herida al borde del camino,
necesitada de ayuda. De hecho, nos invita, al final, a identificarnos con ese
hombre herido ("¿cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que
cayó en manos de los bandidos?").
Nos invita a despojarnos de etiquetas, para ver en verdad. El levita y el sacerdote
vieron el riesgo de contraer impureza al tocar a alguien que podría ya estar
muerto, y pasaron de largo. El samaritano (gente, por cierto “etiquetada” como
infiel y enemiga) mira sin prejuicios, y ve verdaderamente a ese hombre. Por
eso sabe responder como Dios pide.
"Este precepto
que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable"
(Dt 30, 11). Para responder a lo que Dios nos pide, para descubrir los
caminos que él nos ofrece, lo más importante es abrir los ojos, ver la realidad.
Aunque eso también implica un camino, porque nuestra mirada,
muchas veces, está condicionada por prejuicios, por miedos, por intereses...
Necesitamos acercarnos a Jesús ("El
primero en todo, en quien reside toda la plenitud, el que reconcilió todo",
como dice Pablo en la carta a los colosenses 1, 15-20) para que nos ayude a
salir de nuestros encasillamientos y mirar con otra perspectiva, desde la misericordia y el amor.