La parábola de los invitados a la boda tiene profundas resonancias. Desde los profetas, la propuesta de Dios aparece como una fiesta de compartir, un banquete sobreabundante de vida.
Sin embargo, la negativa de Israel a responder terminará con consecuencias trágicas. Cabe señalar que, cuando Mateo escribe el Evangelio, Jerusalén ha sido incendiada y saqueada por las legiones romanas, a causa de la dinámica nacionalista en que entró, la misma por la que rechazó a Jesús como Mesías. Y la referencia a la historia no pierde actualidad: este mundo, que podía ser un lugar de vida digna para todos, se ha convertido en escenario de una historia recurrente de violencias y destrucción, por las dinámicas en que entran hombres y pueblos, al negarse a responder a la invitación de Dios a la fraternidad.
Pero, como en otro lugar señala san Pablo (Rom 11), sobre la falta de respuesta humana resplandece la generosidad de Dios, que llama a todos, de forma gratuita.
Y aquí, la parábola introduce otra reflexión, que vuelve, de otro modo, sobre la necesidad de responder. Para entrar en la fiesta del Reino, es preciso "vestirse" adecuadamente. Ese vestido, en la Escritura, se refiere a las actitudes que "llevamos puestas", de la vida que asumimos (Is 61,10; Ap 3, 4-5. 17-18; Ap 7, 9).
Al sentarnos en la mesa de la Eucaristía, este domingo, el Evangelio nos interpela. Nos pregunta sobre las excusas con que rehuimos las invitaciones de Dios. Y nos llama vestir nuestro corazón para la fiesta de Dios. San Pablo describe varias veces ese vestido (misericordia, humildad, comprensión... Col 3,12 y lo resume en una expresión: "revestirse de Cristo" (Gal 3,27).
“En un reino lejano de Oriente, se encontraban dos
amigos que tenían deseo de saber sobre el Bien y el Mal. Un día se
acercaron a la cabaña del sabio Lang para hacerle algunas preguntas:
Anciano, díganos: ¿qué diferencia hay entre el cielo y el
infierno?…
El sabio contestó:
– Veo una montaña de arroz recién cocinado, con variedad de
manjares. Alrededor hay muchos hombres y mujeres con mucha hambre. Los palillos
que utilizan para comer son más largos que sus brazos. Por eso cuando cogen el
arroz no pueden hacerlo llegar a sus bocas. La ansiedad y la
frustración cada vez van a más.
– Veo también otra montaña de arroz recién cocinado, con
variedad de manjares. Alrededor hay muchas personas alegres que sonríen con
satisfacción. Sus palos son también más largos que sus brazos. Aun así, han
decidido darse de comer unos a otros.”
Lecturas de hoy: https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/hoy
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